miércoles, 30 de abril de 2014

Animus

      Hablábamos de arte y de paraísos vírgenes, de futuros luminosos, de risas acompasadas y de miradas humanas. Llovió, nevó y amainó muchas veces, y ni por un instante te noté marchita, cariño. Créeme, lo habría hecho todo de otra manera. Pero no lo hice y ahora estamos jodidos. Estamos jodidos, cariño. No tenemos ni un rasguño y la radio está apagada, pero yo me siento como en una canción de Waits, y tú en una de Vargas. He tardado más de veinte años en comprender que siempre has sido tú. Mi monstruo del armario, mi terror nocturno. No puedo culparte, cariño, si ni siquiera eres tangible. Y además está el miedo. Todo esto ha sido por el miedo. Tu miedo. Así que no, no te culpo. Pero te odio con todo mi corazón. Y está ese puto escalofrío que nos sacude el cuerpo cada vez que pensamos en que estaremos juntos toda la vida. Ese escalofrío, cariño mío. Eso es lo peor.

jueves, 24 de abril de 2014

Emma

      Emma me llamaba todos los domingos por la noche. Su voz era suave como terciopelo. Siempre el mismo ritual. "¿Qué tal la semana?" Bien. "¿Eres feliz ya?" No, Emma, no soy feliz.
      Y entonces Emma se entristecía y no volvía a saber de ella hasta el domingo siguiente. Y ella me volvía a llamar y me preguntaba lo mismo. Y yo siempre le respondía lo mismo. Emma no quería entender que yo era incapaz de ser feliz. Que no tenía razones para serlo. Que mis mañanas eran grises porque no tenía nada ni nadie por quien vivir. Yo le explicaba esto a Emma todos los domingos, pero no servía de nada.
      Y así pasaron los meses, las semanas, los días. Invierno, primavera, verano, otoño, y Emma seguía llamándome todos los domingos por la noche, sin excepción alguna. "¿Qué tal la semana? ¿Eres feliz ya?". Yo empecé a odiar los domingos, más que nada porque se me hacía insoportable romperle el corazón cada vez que le recordaba que era incapaz de ser feliz.
      Un domingo cualquiera, Emma dejó de llamar. Yo lo noté, pero no me preocupó. Apenas me acordé de ella un par de veces a lo largo de la semana. Pero llegó de nuevo el domingo, y Emma no llamó. Pasaron las semanas y cada vez me sentía más raro. Empecé a odiar los domingos aún más que antes, a llorar más de lo normal, a enfadarme por cualquier tontería.
      Muchos meses después de la última llamada de Emma, me envalentoné y decidí llamarla yo. Nadie cogió el teléfono. Así que fui a su casa y golpeé la puerta. Una vez. Dos veces. Tres veces. Esperé, y esperé, y por un instante me temí lo peor. Pero entonces Emma abrió la puerta, sonriente, radiante, luminosa y delicada como un niño.
      Quise saber por qué me había dejado de llamar, por qué había desaparecido de mi vida como si no hubiera sido más que una ensoñación. Ella lloró durante un rato. Luego me explicó que incluso alguien como ella era capaz de perder la esperanza. Que había llegado a la conclusión de que jamás podría ayudarme. Que yo estaba condenado a vivir una vida gris e infeliz. Nos dimos un abrazo y me despedí de Emma para siempre.
      Pasaron los días y llegó el domingo. Para mi sorpresa, el teléfono sonó. Después de tantos meses, al otro lado de la línea oí de nuevo la voz de Emma, suave como terciopelo. Mi corazón dio un vuelco. Mis latidos se aceleraron. Mis labios dibujaron una enorme sonrisa. Y entonces lo entendí todo. "¿Qué tal la semana? ¿Eres feliz ya?", me preguntó. Yo le pedí que no me volviera a llamar. Tuve que insistir, pero terminó accediendo entre llantos ahogados.
      Lunes. Martes. Miércoles. Jueves. Viernes. Sábado.
      Un nuevo domingo. Llegó la noche y Emma no llamó. Pero yo sí. "¿Qué quieres?", me inquirió, claramente molesta. "¿Eres feliz ya?", le pregunté. "Yo siempre lo he sido", me respondió ella. Entonces me sentí eufórico, y mis sospechas se tornaron en realidad cuando comprendí que siempre tuve una razón para ser feliz. Una razón sonriente, radiante, luminosa y delicada como un niño.

martes, 22 de abril de 2014

Somos bestias

      Empapamos nuestras manos con la sangre de hombres buenos y con las entrañas de mujeres justas. Prometimos finales felices y sonrisas duraderas. Juramos por el orgullo y por la paz. ¿Dónde quedó todo aquello? Quizás al principio fuimos así. Quizás nosotros también éramos buenos y justos, quizás creíamos en el cambio.
      Ya han pasado los años y no necesitamos seguir ocultando nuestra verdadera naturaleza. Somos bestias inhumanas, monstruos enloquecidos que bramamos incoherentes al ritmo que marca esta sed de sangre, creciente e imparable. Somos lo que nunca deseamos, nuestros peores enemigos, somos la prueba de las palabras de Plauto. Somos lobos.

sábado, 19 de abril de 2014

Estirar acero

      Contraluces y miradas es todo lo que nos queda. Fragmentos inútiles. El resto se volvió cenizas y fue robado por el viento y por el tiempo. Y nos quedamos completamente solos. No hubo miseria ni dolor, solo un silencio perenne y minúsculas motas de rabia que flotaban sobre nuestras cabezas. Alguien lloró en algún momento, pero ni siquiera recordamos quién.
      Intentamos estirar acero, forzar algo tenue e intangible que nunca nos perteneció. Es triste, pero ya somos mayores y va siendo hora de admitir lo que tanto temíamos. Que va a doler mucho. Todo esto, desde el principio hasta el final, va a doler más de lo que nos imaginábamos. Yo no sé si podré soportarlo. Pero si no lo logro, si me quedo a la mitad del camino, si me niego a luchar, hacedlo vosotros por mí. Brillad como yo quise hacerlo, por lo menos una vez. 

viernes, 18 de abril de 2014

Las costillas

       "Su piel podrida dejaba entrever la marca de las costillas, y ese hambre brutal de placer que los consumía desde hacía mucho tiempo salió a la luz por fin. Se devoraron sin un ápice de piedad, bebiéndose hasta los posos, mutilando sus cuerpos con crueldad impasible, disfrutando cada uno de los arañazos en la espalda, cada uno de los mordiscos en el cuello, cada año de vida que se robaban el uno al otro. Tal era la saña con la que se destrozaron durante días que no fue hasta el final de todo cuando descubrieron que ya no eran más que un laberinto de huesos y jirones de piel, y que habían dejado de ser lo que una vez fueron, para empezar a ser lo que nunca quisieron."

domingo, 6 de abril de 2014

Todo

      Lo odio. Lo odio todo. Odio los bares, con su música de mierda. Odio a las tías con sus minifaldas y sus peinados y sus caras pintadas como puertas, y a los tíos con su pelo engominado y sus putas camisas negras o blancas o grises abrochadas hasta el penúltimo botón. Odio salir de fiesta y entender que ese no es mi sitio, que quiero huir de ahí. Odio tu puta felicidad insoportable, tu capacidad para disfrutar los momentos sin pensar en las consecuencias, tu inocencia y tu ignorancia. Odio que lo bueno se acabe y que, mientras tú saboreas su diminuto rastro, yo me arañe la cara porque ni siquiera pude llegar a catarlo. Odio saber que tendrás tu repugnante vida perfecta, que sentirás y amarás tanto como yo odio, y que jamás podrás entenderme. Te odio a ti. Sobre todas las cosas. Quienquiera que seas.